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  • Foto del escritorAlejandra Etcheverry

Alejandra Etcheverry - La Vasija - Diario La Opinión de San Luis

Agradezco la publicación del cuento y la acuarela que lo acompaña.

Entren al link para poder leerlo y por favor dejen su comentario en la misma página en la parte inferior.

Espero les guste!

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El hombre caminaba sobre las arenas del candente desierto.


El disco de fuego se erguía inmutable sobre la firmeza del cielo, quemando los suspiros que su boca reseca, intentaba exhalar.


Sus pasos trastabillaban indecisos bajo el peso extenuante de la marcha.


Llevaba los ojos entornados por una sed incontenible que le martillaba las sienes, fijos sobre un horizonte demasiado lejano.


Cuando las blanquecinas nubes se volvieron cobrizas, un punto contrastado al monótono paisaje, atrapó la atención de su pupila.


Los pasos desgarbados se acercaron imperiosos hacia un manojo de grises piedras que crecían en tamaño sobre cada huella.


Una especie de cripta, amasada en la roca misma, se erguía sobre ese mar de arenas fluctuantes.


Sobre la frente del monumento alcanzó a leer las desteñidas palabras.


“ Aquí yacen los que se vieron en las aguas y no la aceptaron”.


La líquida palabra le golpeó la garganta y con todas sus fuerzas hizo a un lado las cansadas piedras.


Acurrucada en la oscuridad descansaba plácida una vasija; un recipiente rojizo de mediana estatura, trabajado en barro.


No se detuvo a observarlo, se aferró con fuerza de la polvorienta tapa, pero no pudo desprenderla.


La sacudió entre sus brazos y algo en su interior, sonó a líquido y a hueco.


Al no conseguir abrirla, pensó en romper la parte superior.


Tomó una roca de las que había apartado y ensayó el primer golpe.


La vasija se rajó de extremo a extremo y otra, más pequeña y de formas distintas se dejó ver entre los guijarros separados.


Sorprendido, repitió apenas el golpe sobre la segunda vasija y su vientre embarazado ofreció a la luz la forma de una tercera.


Desesperado hizo un último intento.


Del interior ahuecado del recipiente saltó hacia él una extraña lluvia de gotas.


“¡Agua!”. Pensó feliz.


Si, era agua. Pero ante su asombro el líquido parecía tener vida.


Las gotas giraron vertiginosamente, simulando una superficie plana, pulida en el extremo de la transparencia y por fin espejadas.


La inmensidad de un espejo etéreo le devolvió su imagen.


¿Su imagen?


Si, era su imagen, pero no su forma.


Pudo verse completo, con errores y virtudes, defectos y amores, temores y pasiones, en un exacto reflejo de su ser.


Pudo verse como quizás jamás hombre alguno debiera verse.


La sed se le había olvidado, al igual que el calor y el cansancio.


Su propia imagen se le hizo insoportable y con los puños cerrados golpeó desolado sobre la ligereza del agua que se le pegó a la piel transformándola.


Sus brazos, sus piernas, su cuerpo todo, fue tomando poco a poco la rojiza forma de una vasija; un poco más grande que la que encontrara, de distinto contorno, pero con sonidos líquidos y huecos en su interior.



“Paseo monocromo”, por Alejandra Etcheverry.

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